Escrito 0006 – Vida. |
Desperté con un fétido olor invadiendo
mi nariz y con tierra oscura redondeando mis dedos, habia gritos tenues más allá de donde alcanzaba a
ver, todo estaba muy oscuro, escuchaba respiraciones y ronquidos un poco más
cerca de lo que debían estar, escuché murmullos de una niña pequeña, seguro
intentaba despertar a su madre. Apreté mis manos en puños y sentí una hoja de
papel húmeda, pude identificar que estaba en un bosque, pero ¿Cómo habia llegado yo aquí?
Comenzó a amanecer y con la tenue luz rosada de la aurora pude ver varios
cuerpos despertando y tallándose los ojos, todos miraban con sorpresa que no se
encontraban en donde debían, nadie. Tomé el papel y lo abrí, era un pequeño
mapa que marcaba distintos niveles hasta llegar a una equis, a lado de la equis
estaba la palabra “vida” apenas visible. Los otros niveles tenían nombres que
erizaron la piel de mi nuca: el primer nivel era sombras, el segundo era
cavadores y el tercero era calabozos. Miré a mí alrededor, el bosque tenía
grandes árboles oscuros a nuestro al rededor, tan juntos que no podría pasar ni
una persona delgada entre ellos; el claro estaba lleno de ellas, parecía una
mezcla multirracial, todos miraban sus mapas. Un hombre a lado mío me tomó del
hombro.
-¿Crees que podamos ir acompañados? Tu pareces confiable—asentí, pero la verdad
es que no era confiable, yo habia
traicionado a muchos amigos y familiares, pues, para construir mi empresa habia pasado de ellos
como si fueran simples rocas que podía patear y como se llega a decir… eso es
lo más triste de una traición.
Una voz salió del bosque, era calmada
pero lo suficientemente autoritaria como para dejar de prestar atención, nos
indicó que al escuchar las campanas deberíamos correr, tan fuerte como podamos
porque hacia la vida solo siete podrían llegar, los demás morirían. Por lo que habia alcanzado a contar
triplicábamos o incluso cuadruplicábamos en número a los que serían los
sobrevivientes de esto. Todos esperábamos con ansias las campanas, deseábamos
salir corriendo y llegar lo antes posible a “vida”. Nos paramos frente a los
árboles y tragamos saliva. A mi lado estaba el hombre con el que me iría y al
otro, estaba una mujer joven con una niña de unos tres años, seguro era la niña
que escuché más temprano, ambas eran morenas y miraban fijamente hacia el árbol
que estaba frente a ellas.
-Soy Andrew, por cierto—dijo el hombre.
-Yo me llamo Alex, un gusto—intenté esbozar una
sonrisa pero sentía temor de lo que me esperaba allá afuera. Tarareé una
canción que habia
escuchado en un musical de los miserables, respiraba y esperaba calmarme hasta
poder despertar de este sueño tan extraño. Las campanas sonaron, lúgubres y los
arboles frente a nosotros
desaparecieron, dejando ver un bosque muy húmedo y oscuro, con algo de neblina
más al frente y en silencio total, ni un ave ni una ardilla o un insecto.
Comenzamos a andar lento, pisando las hojas y ramas secas del suelo, la niña
escondió la cara contra el pecho de su madre y justo a tiempo, antes de que una
nube negra tomara a un hombre viejo, lo sostuviera contra un árbol y comenzara
a arrancarle la piel poco a poco, como si fuera un papel tapiz viejo que se cae
de la pared por acción del tiempo; eso era una sombra. El hombre viejo gritaba
tan dolorosamente que incluso me hacía sentir su dolor. No tardo mucho antes de
que apareciera otra sombra y le hiciera lo mismo a una jovencita asiática.
Corrimos tanto como pudimos, Andrew iba a lado mío, esquivábamos árboles y
rocas, hasta que una sombra se posó frente a mí por sorpresa, pero no me detuve
e corrí con más
fuerza hacia ella, no fue difícil pasar por su cuerpo etéreo pero pude sentir
como ese segundo hizo que mi cuerpo se quemara, mis manos estaba rojizas y
ardían, era una sensación tan inefable, no podía imaginar algo peor que morir a
manos de estos seres. El bosque parecía interminable, los enormes arboles no
dejaban ver hacia ningún lugar, la humedad cansaba tu cuerpo y algunos gritos
hacían que temblaras, mi respiración me comenzaba a faltar, comencé a bajar la
velocidad pero Andrew me tomó por el brazo y me jaló hacia él. Tomé una
respiración rápida y sonora y continué, hasta que después de un rato salimos a
campo abierto; más allá de eso, a un par de kilómetros, habia una estructura blanca, rodeada por
escaleras en caracol.
La superficie del claro estaba llena de
agujeros, seguro lo habian
hecho los cavadores, aun no los habia visto pero seguro que esos hoyos eran para enterrar tu
cabeza o los pies, dejarte inmóvil y torturarte. La mayoría de las personas
lograron llegar al prado, todas estaban cansadas y algunos tenían heridas,
otros tenían quemaduras y otros estaban llenos de lodo y hojas. Todos tomaban
un respiro, yo quería hacer lo mismo pero Andrew me apresuro, no podíamos
dejarle a la suerte nuestra vida. Comenzamos a correr y todos lo hicieron
también, esto era una carrera y los primeros se llevarían todo. Nada parecía
pasar, los boquetes estaban llenos de lodo, hasta que un ser en forma de
serpiente con exoesqueleto salto de uno de los agujeros y atrajo hacia el a un
hombre de cabello largo y lo enterró, el hombre gritó y pataleo hasta ahogarse
con el espeso lodo negro, nadie se acercaría a los agujeros más; pero los
cavadores no se detendrían, aparecieron uno tras otro sorpresivamente hasta
jalar a varios a su desesperante destino sin oxígeno. Las manos de muchos quedaban por fuera del agujero,
algunos dedos aún se movían pero no podrían salir solos y nadie se atrevería a
ayudarlos, así de miserable era nuestra vida y pensamiento, todos los humanos
tenemos ese sentido de huida ante las adversidades de otros para no tener que
vernos envueltos. Para cuando dejamos atrás el claro llegamos a unas
construcciones blancas, como túneles con barras de metal en algunas de sus
entradas, los calabozos. Mi miedo se acrecentó cuando vi algunas sombras dentro
y el sonido de cadenas moverse con desesperación. Andrew y yo fuimos los
primeros en entrar, nuestros pasos sonaban amortiguados por el agua derramada
en el piso, un fuerte olor a sangre recorría el pasillo, las flamas de las
antorchas bailaban con las corrientes de aire y los gritos y sus ecos nos
dejaban un nudo en la garganta. Decidimos que era mejor caminar que correr,
pues las sombras que deambulaban errantes debían ser nuestra mayor
preocupación. Después de unos metros podíamos ver la salida, estaba a solo unos
segundos, pero los demás llegaron corriendo, fue como encender una alarma contra
incendio, las sombras se acercaron y aparecieron frente a nosotros, eran
hombres desnudos, con sus cuerpos llenos de marcas y heridas, cicatrices y
quemaduras, llevaban una capucha en la cabeza que les cubría el rostro,
cargaban un hacha en una mano y un látigo en la otra, Andrew rodó por debajo de
uno de ellos pero yo me quedé petrificado, al ver a los ojos a mi futuro
inquisidor pude observarlos oscuros y vacíos, no eran humanos y no sentirían la
más mínima compasión por nadie, ni siquiera por la niña y su madre. El
inquisidor me tomó con una mano en el cuello y me levantó, alzó su hacha y
respiré por última vez, pero una roca golpeó a mi inquisidor, una roca lanzada
por Andrew, que me jaló de nuevo hacia sí, alejándome del inquisidor, por su
parte este siguió su camino, lanzando un tremendo silbido que con el eco del
lugar podía dejar sordo a cualquiera. Llegamos a lo que parecía la salida pero
estaba cerrada, con barras de hierro, buscamos otro camino, no era difícil, el lugar era
un laberinto. Los gritos de los demás eran cada vez más fuertes, podían volver
loco a cualquiera. Pasamos frente a un pequeño cuarto donde un hombre muy
delgado apenas podía mover las cadenas que lo aprisionaban al muro, nos miró
con sus ojos bien abiertos, su cuerpo estaba llenos de moretones y heridas
causadas seguro por un látigo, no tenía uno de sus brazos y el olor era pútrido
parecía que no dejaban que la herida cicatrizara por completo, deseaban hacerlo
sufrir. El hombre apenas pudo levantar la mano y apuntar hacia un pasillo
oscuro detrás de nosotros, apenas logró articular la palabra “salida” y
“cuidado león diaboli”, corrimos hacia el pasillo, fe ciega hacia el moribundo,
y después de dar un par de vueltas comenzó a haber más luz pero habia un rugido, justo detrás de nosotros, cada
vez más cerca, no queríamos girarnos y cuando lo hicimos no habia nada más que la
oscuridad que dejábamos, seguimos caminando hasta que Andrew cayó, tenía un
rasguño en la espalda de enorme tamaño, lo ayudé a pararse y caminar, se
quejaba; un rugido me hizo voltear a ver hacia atrás y un enorme felino de
color negro y ojos rojos estaba mirándonos con fiereza. Le indique a Andrew que
debíamos correr y el asintió, comenzamos nuestra huida y el león nos miró
escapar unos metros antes de que comenzara a perseguirnos. Podía sentir su
aliento en mi cuello, respiraba con dificultad y estaba a punto de rendirme
hasta que de nuevo vimos la salida, ambos sonreímos por el puro placer de ver
que podríamos salir, hasta que estuvimos más cerca, habia barras también, pero no llegaban
hasta el piso, debíamos deslizarnos uno a la vez para poder salir.
-Tu primero Andrew, necesito que lo
hagas rápido—no
quería morir pero tampoco deseaba vivir más delante cargando con la muerte de
quien me ayudo a vivir. Andrew corrió tanto como pudo y se deslizó debajo del
acero, grito de tal manera que ensordeció los rugidos del león y los gritos de
los demás, pues, habia
raspado aún más su espalda. Alcancé a deslizarme también, pero el león alcanzó
a desgarrar una de mis manos, ahogue un grito y mordí mis labios, deje de
respirar un momento y observé el jirón que era ahora mi extremidad, salía tanta
sangre que tuve que quitarme la camiseta para enredarla en lo que me quedaba de
mano y detener la hemorragia.
Llegamos por fin a la estructura blanca,
vieja y oxidada, tenía grandes escaleras hasta la cima, habíamos llegado a
“vida”, comenzamos a subir con desesperación, lo habíamos logrado y deseábamos
volver a nuestra vida de siempre. Cada paso era una pequeña satisfacción.
Después de mucho llegamos a la cima, una
pequeña plataforma que habia
sido apenas puesta para siete personas, nos sentamos y miramos el prado y el
bosque, no era muy extenso, a todo alrededor habia arboles gigantes que seguro y bloqueaban la
salida de este lugar, decidimos no charlar, solo disfrutar de nuestra victoria,
mirando a todos los que ya comenzaban a subir por las escaleras, pronto estaría
lleno.
Unos minutos pasaron antes de que los
siete estuviéramos en el área, nadie más cabía y aun habia otras siete personas que aunque habian llegado se habian quedado en las
escaleras. Suplicaban por un lugar. Entre ellas la mujer con su hija.
-¡Por favor! Dejen pasar a mi hija, solo
a ella, no la dejen morir aquí—lloraba
apretando a su hija muy fuerte, por lo que se veía la niña no tenía un solo
rasguño, mientras la madre parecía Jesucristo en su pasión. Andrew me tomó la
mano y me miró, trago saliva y murmuro un “gracias”, uno tan sincero que me
dejaba tan tranquilo, sin sentir ni una sola pizca de dolor. Él se saltó la
valla del cuadro de los que nos salvaríamos, tomó a la niña y me la dio para
ponerla a mi lado, la niña
comenzó a llorar –muchas gracias, muchas
gracias—exclamó la
mujer, le tomó la mano a Andrew y se la beso, manchándolo de sangre y sal,
entonces tuve una epifanía, yo no era nadie ni nada para separar a la madre de
su hija y al ver que Andrew era tan altruista, tan abnegado, tomé la única
decisión que me haría morir en paz, le cedi mi lugar a la madre de la niña y
sentí una paz, una tranquilidad, sabía que iba a morir pero lo haría por la
razón correcta, ¿Habia
una mejor razón para morir?, tomé la mano de Andrew y lo miré a los ojos, ambos
asentimos y sin palabras nos despedimos, no se necesitaba más. Sonaron unas
campanas y los siete desaparecieron en una luz blanca. Todo a nuestro alrededor
comenzó a temblar, las escaleras, el suelo, los árboles. Pude darme cuenta lo
efímeros que somos, que lo único inmarcesible es el tiempo, comprendí entonces
que aunque busque preservar mi vida desde el principio terminé preservando la
de alguien más, ¿una serendipia? Creo que le llaman; así era mi desenlace,
placentero y noble. Las escaleras comenzaron a resquebrajarse, Andrew y yo
éramos los únicos ya en los peldaños, todos habian corrido a los calabozos y al bosque, a
encontrarse con su fatal destino, sentí como me separé del suelo y comencé a
caer, sonreí a Andrew, el aire golpeaba mi cara mientras caíamos, mi cabello
volaba y me sentía con un ave; después de eso experimenté un terrible golpe, algo
menos doloroso que todo lo que habia pasado ya y después… no sentí nada.
Participante 0006 – Oscar Martuccelli.
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