Escrito 0003 – El monstruo que se comió a mi amigo. |
A los seis años, tengo mucho en qué pensar, no necesito ser adulto para vivir
con estrés, como dice mi mamá. Tengo sólo tres meses en la primaria, una
escuela aterradoramente grande, totalmente nueva para mí. Ahora tengo materias
nuevas, maestros nuevos, útiles nuevos, pero... amigos nuevos? no, aún no. Yo no tengo
problema con eso; paso los recreos aquí, sentada en mi bardita con un cachito
de sombra y un cachito de sol, comiendo lo que venga en la lonchera, siempre
cosas ricas, cosas que me gustan, como mi delicioso pan con Nutella, mi
quesadilla o mi jugo de uva. Por el momento está bien, mi escuela es bonita,
con canchas y jardines, cada vez da menos miedo. Cuando suena la campana todos
los niños salen corriendo al patio porque nos prestan pelotas para jugar
-pelotas que todavía no he tocado-, pero, como dije, no me importa. Desde mi
bardita, cerca de las escaleras que llevan al laboratorio de computación, puedo
ver casi todo, hasta la tiendita que está del otro lado del patio. Aquí estoy
bien.
Como dije, tengo muchas cosas en qué pensar, ahora soy grande, ya dejé el kínder y lo extraño taaaanto, mi maestra, mis amigos, mis juegos en el recreo, mi plastilina, mis cantos... pero tengo que ser valiente, como dice mi mamá. Entre las infinitas preocupaciones que me tienen piense y piense es la muerte de mi perrito. Lucky se fue al cielo hace 17 días, me siento triste y mi hermano, más. Todas las tardes jugábamos con él y ahora que no está, nos hace mucha falta.
Pensar, pensar, pensar... antier mi profesor de deportes me llamó, como es su costumbre, Marina. Aghrrrrr!!! Me desesperé y por primera vez grité: MariAna, mi nombre es MariAAAAAAnaaaaaa!!! Hoy tengo otra vez clase con él y temo que me ponga a correr una vuelta extra al rededor de la cancha de fut, como lo hace con los que se portan mal.
Y sigo pensando. Lo peor es que a la hora de la salida, mi mamá me preguntará en cuanto me vea "¿Cómo te fue, con quién comiste, hiciste ya nuevos amigos?". Está realmente preocupada por mí, el otro día la escuché hablando con mi tía Pau por teléfono cuando se lo decía, se lo dijo bajito, pero de todas maneras la escuché; no sé por qué piensa que soy como mi abuelo que no oye nada, siempre escucho todo lo que dice cuando está haciendo sus llamadas.
Pues sí, ese es mi mayor problema, el que no me deja hacer la tarea de matemáticas. Tengo que hacer amigos, pero no lo voy a hacer por mí, como dije, no los necesito, yo estoy a gusto en mi bardita con mi cachito de sombra y mi cachito de sol; lo voy a hacer por mi mamá, sólo para que me deje de preguntar todos los días a la hora de la salida si ya "platico con alguien".
Amigos, amigos, amigos. Por qué aquí será tan difícil hacer amigos? Bueno, ni siquiera lo he intentado, lo sé. Pero tampoco a nadie le ha interesado acercarse a mí. El patio está lleno de niños, los observo y nadie me interesa como prospecto de amistad. A lo lejos veo pasar a Alex, mi hermano, y como es su costumbre, me ignora. Él ya tiene sus propios amigos, hace dos años que está aquí. También veo a lo lejos a Lili, estaba en mi salón el año pasado, en mi kínder, pero cuando recuerdo que se saca los mocos, no me dan ganas de agarrarle la mano para jugar rondas, ni siquiera acercármele, cómo puede ser mi amiga?! Mis compañeras del salón forman una bolita y me miran desde lejos, después ríen, creo que me están criticando, me hacen sentir incómoda. No, ellas tampoco, por el momento no.
- SEBASTIÁAAAAAAAN!!!- Pegó tal grito la directora que a todos nos hizo voltear. Yo me piqué el ojo con una de mis trenzas y casi tiro mi jugo de uva. Me asustó. Fue entonces cuando lo vi correr hacia la dirección. Sebastián Mireles. Lo conozco, es un niño grande, va en tercero como mi hermano, pero no está en su grupo, lo cual me dice que podría ser mi amigo. Tiene aspecto rebelde, con su cabello negro, un poco largo del copete, chamarra de cuero y pantalón de mezclilla; casi siempre anda así, como si tuviera un pacto con esa chamarra, ha de ser su favorita. Lo único que no corresponde a ese niño son sus lentes, esos lentes azules que sólo deja para su entrenamiento de básquet. Los niños y niñas que lo rodean siempre están felices su lado porque los hace reír, parece que cuenta chistes haciendo caras graciosas. Aunque todavía no puedo ver bien porque aún me duele mi ojo, desde aquí puedo decir que... no, no creo que se saque los mocos, eso muy importante para mí. Este sí puede ser mi amigo.
Bueno, ya lo escogí, ahora cómo le hago? No puedo llegar y presentarme así como así, pensará que estoy loca. Y menos con este peinado de ñoña que siempre me hace mi mamá. Ella dice que me veo linda, yo pienso que parezco tonta, siempre igual. La verdad es que es el único peinado que mi mamá sabe hacer. Bueno, por lo pronto, se me ocurre, que le puedo escribir. Una notita con un simple HOLA bastará, ya después veo qué hago. Al final del recreo lo sigo hasta su salón para ver cuál es su lugar. Para mi sorpresa, sólo entra a dejar sus lentes en la mochila y vuelve a salir, nos cruzamos en la puerta y me dice "compermiso", sonriendo. Yo me pongo de mil colores, trato de esconder las horribles trenzas y el papelito, pasa a mi lado, me espero a que se aleje y dejo el Post-it rosa fosforescente pegado en el libro que tenía abierto sobre su mesa y lo cierro para que sus amigos no le vayan a decir nada. En el salón hay otra niña, me sonríe, como haciéndose mi cómplice. Saliendo del salón encuentro a Alex y me voy corriendo, no quiero preguntas.
Como era de esperarse llegué tarde a la clase de deportes y me tocó correr mi vuelta extra al rededor de la cancha de fut, extraño mi bardita. Después de clase de computación, llego a mi salón y en mi lugar encuentro una hoja que ha sido arrancada de un cuaderno, está doblada muchas veces, parece un rectángulo gordito; la abro y dice escrito en letras rojas HOLA, CÓMO ESTÁS?
Han pasado tres semanas y los papelitos van y vienen, tengo un nuevo amigo y mi mamá lo sabe, ha dejado de preguntar. Recién me enteré que la niña que encontré en el salón, mientras escondía mi mensaje, le dijo a Sebastián quién era yo, de esa manera supo dónde dejar exactamente la respuesta. Hoy es su cumpleaños. Decido ir a felicitarlo y a presentarme finalmente.
-Felicidades, Sebastián.- digo, un poco nerviosa.
-Gracias, Mariana.- contesta volviéndose hacia mí.
-Mmmmm, aquella vez que te mandó llamar
la directora, ¿para qué te quería?, ¿te metiste en problemas?
-No, claro que no. Necesitaba ayuda para
bajar unas cajas. Siempre me lo pide a mí. -Mmmmm, bueno. Me da gusto saber que
todo está bien. Nos vemos.-
salgo corriendo
cuando escucho un grito:
-Gracias por la felicitacióooooooooon!
-De nadaaaaa, bye.
Sebastián y yo nos saludamos en los recreos y a veces a la entrada o a las salida, platicamos mucho. A mí me gusta estar con él, mi nuevo amigo. Han pasado meses y aunque nos gusta platicar, nos divertimos más escribiendo; Sebastián hace que ya no tenga tantas cosas en qué pensar, ni mi perrito, ni mis trenzas, ni mi profesor de deportes. Me hace reír y a veces creo que yo también. Pero hoy sucedió algo horrible.
Me despedí de él cuando escuché el claxon de la camioneta de mi mamá y al voltearme, buscándola, todo se quedó en silencio, todo se oscureció, sentí en el suelo fuertes pisadas que hacían temblar la tierra, POOOOM!, POOOOM!, POOOOM!... me dio frío, me dio miedo. Las pisadas que se acercaban detrás de mí, sentí que eran de alguien pesado y mucho más grande que mi papá. Comenzó a oler muy mal, como el aliento de alguien que no se ha lavado los dientes después de comer tacos al pastor con cebolla, mucha cebolla. Ahora soy grande y valiente, pero no tanto; no intenté ver de qué se trataba, no lo hice, es más, cerré los ojos y los apreté fuerte, al igual que mis manos. Sentí que esa cosa se detuvo donde estaba Sebastián!!!! Después de escuchar un fuerte gruñido y un sonido espantoso como cuando te tragas con muchos trabajos un jarabe que sabe mal, volvió la luz y la risa de los niños. Corrí de vuelta y tomé a mi amigo de los hombros, lo sacudí con fuerza gritando su nombre varias veces, pero no reaccionó. Ahí fue cuando lo supe: un monstruo se había comido a mi amigo.
Y así siguieron los días, Sebastián estaba ahí, pero era como si no estuviera, caminaba, pero con la mirada perdida. No hablaba, menos escribía. A veces volteaba un poquito a verme, pero, cuando lo veía, volteaba los ojos de inmediato. Yo había imaginado al monstruo de un azul, casi gris muy oscuro, con manchas, grandes ojos y largos colmillos, babeando. Pero no, es un monstruo transparente, casi invisible, que cubre a mi amigo -claro, se lo comió-, Sebastián está dentro de él y no ha podido volver a reír, ni a escribir. A veces creo que este monstruo invisible me da mas miedo que el que yo había imaginado.
Hoy lo escuché decir algo por primera vez en mucho tiempo: "ya no me escribas más"... Yo había seguido mandando mis recaditos con la esperanza de recuperar e mi amigo, pero no funcionó, el monstruo seguía ahí. Aunque rompió mi corazón, lo perdoné porque entendí que no era Sebastián quien hablaba, era esa terrible bestia que lo había engullido.
Yo me aferro a frases como "sigue adelante" y "no te rindas", como dice mi mamá. "Si en realidad te interesa su amistad, continúa intentándolo". Y eso es lo que hago, ahora sólo tengo que idear una nueva estrategia y volver a comenzar.
Tempranito llego a la escuela con una nueva idea y una nueva arma. Me acerco a él a la mitad del patio, dirijo mi mirada hacia la parte de arriba de la cabeza de Sebastián, en donde está la del monstruo y le digo en voz bajita pero muy segura "no te tengo miedo", entonces saco mi arma secreta, un botecito de pimienta que tomé de la cocina, me pongo rápidamente en la mano y soplo... Me volteo y me alejo un poco presintiendo lo que se avecina, "AAAAACHÚUUUU!!!" Sale mi amigo volando y, tras dar tres vueltas en el aire, cae de pié, perfectamente equilibrado. Por fin! El monstruo lo escupió, lo estornudó!
-Mariana! Qué pasó?- dijo, totalmente sacado de onda, totalmente
renovado.
-La verdad no sé, pero no importa, ahora
estás aquí.
Sonreímos.
Todo ha vuelto a la normalidad, papelitos van, papelitos vienen. Ahora comparto mi bardita, mi cachito de sombra y mi cachito de sol con alguien más y no sólo son él, he empezado a hablar con mis compañeras y a tocar pelotas. ¿Qué pasó? En realidad no lo sé, ni siquiera estoy segura de que el monstruo haya existido. A veces creo oír y sentir nuevamente sus fuertes pisadas rondando por aquí, pero ahora es diferente, no tengo miedo...
Así es que, en caso de que quiera volver a atacar, siempre vengo preparada con un botecito de pimienta y los consejos de mi mamá...
FIN.
Participante 0003 – Myrna García Barragán.
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