Páginas

Buscar este blog

jueves, 12 de abril de 2018

Escrito 0012 - Patrones

Escrito 0012 - Patrones - Maria Luisa Villabolos Delgado
-¡Quédate quieta Jimena!, es imposible tomarte la medida de la cintura. No sé de donde sacas tanta energía.

-Mamá, pero déjame ir a jugar al jardín.

-Sabes de sobra que ahora no puedes salir, tendrás que esperar a que se vayan las señoritas Cristina y Constanza.

Jimena no comprendía aquella prohibición, no poder jugar con las niñas de su edad, era algo que se le negaba constantemente.

María y Jimena vivían en la casa de los señores de Molina, en los olivares de Jaén.

Los señores de Molina, formaban parte de una de las familias más acaudaladas de la zona, poseían grandes extensiones de olivos y se dedicaban a la exportación de aceite.

María y su hija vivían allí, al igual que el resto del personal de servicio, en las pequeñas casas de la Mediana, así le llamaban a esa parte de la finca, lo suficientemente alejadas de la casa principal de la familia, donde acudían desde el alba hasta el anochecer para prestar sus servicios.

María se también crió en ella , ya que su madre era cocinera , y desde antes de los quince años tuvo el privilegio de conseguir un trabajo, siempre era mejor dentro que dorarse en los campos. Empezó trabajando como ayudante de cocina junto a su madre, pero lo que le gustaba era estar cerca de las costureras que se desplazaban a la finca para atender las demandas de la señora. Ellas pronto vieron su habilidad para coser y bordar, y le enseñaron todas las artes de ese oficio, en realidad era toda una artista, dominaba el patronaje como nadie. Siempre se sintió satisfecha con su trabajo, minuciosa y perfeccionista, pero nunca reconocido por su señora.

En un pequeño cuarto de las minúsculas casas de cuarto y cocina, donde convivió con su marido antes de morir y su hija, y en ese habitáculo , perfectamente ordenado, era donde se disponían todos los útiles de costura, junto a estos , una plancha, a la que mimaba en exceso, también se amontonaban cajas donde guardaba todo lo sobrante en cada trabajo: retales, lino, encajes, pasamanería, los botones sobrantes, muestras de bordados… bastidores de todos los tamaños; todos y cada uno de los materiales necesarios: agujas, hilos, alfileres, metro, papel de seda… y recortes, dibujos, muchos dibujos de todos sus diseños de los vestidos que llenaban los armarios de las mujeres de la familia.

En una esquina un gran baúl, que aireaba de vez en cuando donde metía unas bolitas que a Jimena no dejaba tocar. Ese baúl era su gran secreto.

Aunque María se sentía satisfecha nunca se conformaría con esa vida, y menos aún después de la muerte de su marido, necesitaba darle un nuevo rumbo a su vida aunque nunca lo dijo.
También sabía cuál era su lugar si no lograba salir de allí, no quería que su hija sufriera los desprecios que las de su clase debían soportar como una obligación más. No lo consentiría.

María aprovechó una de las visitas a la ciudad para recorrer distintos talleres y fábricas, en ellas dejaba sus dibujos. Tal vez un día la llamarían.

En la primavera, cuando empezaban los primeros calores, María cosía como era habitual justo al amanecer muy cerca de la ventana por la que solía ver pasar a los jornaleros y a todo aquel que accedía a la finca.

Un poco más tarde llamaría a Jimena para empezar a prepararla y acompañarla a la pequeña escuela del pueblo a la que tenían que desplazarse a pie, recorriendo un largo sendero.

Jimena era una niña alegre, curiosa y de mirada dulce, de pelo rubio y ojos claros, su sonrisa alegraba la mañana de todo aquel que se cruzaba en su camino.

La pequeña escuela, estaba situada muy cerca de la iglesia y allí el padre Federico, se encargaba de enseñar a leer, escribir y las cuatro reglas, un poco de historia sin entrar en detalles, lo justo y necesario, según él.

Pero con Jimena fue diferente, lectora voraz, creativa y curiosa ,una curiosidad que no tenía límites y más de una vez puso en un serio compromiso a su madre, preguntas y más preguntas, algunas para las que no encontraría respuesta al menos en ese momento.

María se encargaba del armario de las señoras y señoritas de la casa, además de los arreglos de todos los uniformes del personal, y de la confección de todo lo que le encargaban.

Sus dedos estaban encallecidos de tanto ojal, tanto pespunte y sus ojos se llenaban de lágrimas de tanto forzar la vista en el punto de cruz y con el calado de cada bordado.

Su suerte pronto estaría a punto de cambiar, y quizás cuando menos lo esperaba.

Llegaron al pueblo unas turistas inglesas, que interesadas en las propiedades del aceite de oliva, querían invertir en esas tierras, aprovechando que muchos propietarios se vieron obligados a vender sus fincas, por no poderlas atender bien porque eran muy mayores y sus descendientes habían decidido marchar a América buscando aventuras, o en la mayoría de los casos eran demasiado vividores y habían dilapidado las fortunas de sus progenitores.

Coincidieron en casa de los Molina, con María, ya que la señora las había invitado a un té y ellas con puntualidad inglesa llegaron a la finca. Después de dar un paseo por sus tierras, y acercarse a la Mediana, vieron a María sentada en la puerta, curiosa, una de ellas , se acercó a ver tan exquisita artesanía, se trataba de encaje de bolillos, la señora de Molina no paró de elogiar a su modista, aunque eso era lo de menos, lo importante era presumir de su posición y su dinero.

Se despidieron cortésmente y continuaron su paseo por la finca.

Una mañana de primavera en la que María estaba deseosa de salir después de haber sufrido un invierno intenso frío y estaba deseosa de poder salir fuera de la finca.

Fue esa mañana de primavera, cuando se le encargó a María ir a la ciudad para comprar todo aquello que necesitase para la confección de la ropa de primavera y nuevos trajes de su señora y sus hijas. Y fue allí, donde se encontraron, Thelma y María.

Thelma era una de las turistas, se marchaba al poco tiempo a Londres para llevar sus negocios y se acordaba perfectamente de María, después de un efusivo saludo chapurreando torpemente el castellano, le propuso que trabajara para ella, María quedó perpleja, aunque le respondió con un no rotundo, pronto rectificó y dijo un- me lo pensaré,¿puede esperar a mañana? , le daré la respuesta definitiva- contestó.

El problema sería como plantearía a la señora su marcha, sería un cambio muy radical, nueva ciudad, otro idioma y otra vida le esperaba, pero no tenía nada que perder y a su hija a la que se le negaba casi todo, tendría muchas oportunidades.

Después de toda la noche en vela, María, lo tenía decidido, se marcharía, en busca de otra vida, iría a trabajar mucho, pero no le pesaba, estaba más que acostumbrada, y sin embargo ilusionada, su momento había llegado y no podía perder ese tren.

María habló con su señora, que con mirada indiferente y sin mediar una palabra de agradecimiento, le abrió la puerta y luego la cerró a menos de un palmo de su rostro. Ni una palabra de ánimo o de agradecimiento.

María guardó sus cosas, en sus pocas maletas, y esperó a que llegara el coche que la Srta. Thelma había mandado para poder trasladarlas. Por supuesto no olvidó sus baúles, sus cajas, sus retales y todo lo que había acumulado durante años, sus patrones, hilos y telas, sentada en la Mediana en bancos de rígida madera, durante horas y horas.

Ella y su hija Jimena se despidieron entre lágrimas y sollozos de todo el personal, eran su familia, la única que le quedaba y marcharon en el coche asomando Jimena su dulce carita por el cristal, dejando atrás los olivos y la gran cancela de la finca de los Molina.

Hicieron una parada obligatoria, la vieja escuela, los pocos amigos y amigas de Jimena y el padre Federico, todos las animaron y le auguraron un buen futuro, pero embargados por la tristeza de la despedida. El padre Federico dio un rosario a María y un crucifijo a Jimena y le recordó que lo guardaran siempre como un vínculo entre su pasado y su futuro, y que nunca se olvidasen de sus raíces.

María marchó a Londres y ciertamente su vida cambió, de ser la modista de la Srta. Thelma, pasó a ser su socia en una tienda de moda que inauguraron en el centro de Londres. Éxito en sus colecciones que se vendían en todo Londres y que traspasaron la ciudad, y luego el país.

María compró casa y Jimena pudo estudiar en el mejor colegio de Londres, un colegio católico de la misma orden a la que pertenecía el Padre Federico.

En el mes de Mayo Jimena haría la comunión, pero María no quería que Jimena la hiciera allí, para ella había pensado algo diferente, algo que no olvidaría nunca.

María, mañana y tarde se dedicada a sus negocios y por las noches cosía a la luz de una lamparita victoriana, en un cuartito donde guardó sus baúles y todos su recuerdos y allí cosía el traje de Jimena de su primera comunión.

Jimena preguntó a su madre donde irían en el mes de Mayo, y ella le respondió que aun lugar muy especial.

Habían pasado cuatro años desde que abandonaron la finca y el pequeño pueblo, y allí volverían.
Llegó la ansiada fecha y marcharon, con maletas caras y repletas, las dos elegantemente vestidas, aunque con la sencillez que caracterizaba a María, nunca le hizo falta ser ostentosa porque tenía una clase innata en sus formas y como solía decir su madre “sus moditos de princesa”.

Dentro de dos días se celebrarían las comuniones en la pequeña iglesia y allí también la haría la pequeña Jimena, no la haría sola, también estaban las hijas de los Señores Molina, las señoritas, Constanza y Cristina y todos los demás niños y niñas de la finca. Pero claro, con diferencias.
Las hijas de los señores la harían a primera hora sobre las diez y los demás niños y niñas sobre las doce a la hora del ángelus, por lo que la iglesia permanecería llena de fieles.

A primera hora, María ya estaba en la finca, para preparar las flores frescas con las que se adornar la iglesia, no quería que faltara detalle, dirigiéndose en primer lugar a las pequeñas casitas de la Mediana.

Quizás la sorpresa fue, cuando comenzó a sacar del baúl el traje de comunión de Jimena, ante la mirada de todas las mujeres, boquiabiertas por lo espectacular, entre papeles de seda ,sacó el traje más hermoso que había confeccionado nunca, de una caja sombrerera sacó el tocado, los zapatos, todo hecho a mano, cada encaje, cada botón era único y recordaba un momento vivido en la finca rodeada de su madre y de todos los suyos.

No se conformó con eso, había confeccionado otros similares para todos y cada uno de los niños que hacían la comunión.

Entre los trajes, el crucifijo y el rosario, que entregó a Jimena una vez vestida y todos marcharon hacia la iglesia.

Coincidieron con la salida de los señores de Molina y sus hijas, y se cruzaron miradas de asombro, María saludó con un correcto y educado -¿Que tal están los señores?-me alegro de verlos y que pasen un feliz día. Acarició y beso a las niñas a Constanza y luego a Cristina que enganchadas a su cuello le dieron un efusivo abrazo, les echó a cada una en la limosnera unas monedas inglesas, como era costumbre entonces. La señora de Molina con el rostro pálido no podía creer lo que veía, no pudo expresar ni una sola palabra, pero si lo hizo su esposo, con un ligero toque en el ala del sombrero e inclinándose levemente en un serio pero cortés saludo.

El más asombrado fue el Padre Federico, cuando fueron asomando uno a uno sus niños y niñas por la entrada de la iglesia, después de santiguarse, se dirigieron despacio para el altar.

María entró llevando en la mano el crucifijo, Jimena el rosario y todos supieron por qué estaba allí, todos y cada uno de los vestidos estaban hechos con los restos que guardo durante años con infinita paciencia, con sumo cuidado, entre bolitas de alcanfor, guardaba en esos baúles su gran secreto, el día que para ella, para su hija y para el resto del pueblo, supuso su vuelta a casa, la vuelta a sus raíces, y uno de los días más especiales y más felices para Jimena.

Así se lo contó Jimena a sus hijos, el día de su comunión.

Nunca debemos olvidar de dónde venimos, pensar que somos todos importantes, la humildad es nuestra mejor garantía para ser amados siempre.

Fotografía: Inma Photo HR Make Up
Modelo: Jimena

Participante 0012 - María Luisa Villalobos Delgado

No hay comentarios:

Publicar un comentario