Escrito 0008 - Delirium - Adrián Denbrough |
No me sentía en mis cinco sentidos. Ni recordaba del todo cómo había llegado hasta el baño. Aunque eso ya no importaba. De lo que sí estaba segura, era que tomé una afilada navaja y cerré la puerta bajo llave. Sin pensarlo dos veces, hundí el filo de la hoja de metal en mi piel y dejé que los cortes le abrieran paso a un mar escarlata. Sin clemencia, la cuchilla me rebanó como un trozo de mantequilla.
Cerré fuertemente los ojos. No creía lo que veía. ¿No era algún otro sueño de los tantos que tenía de la misma situación? Miré hacia abajo, para cerciorarme que lo había hecho. Ahí seguían. No lo había soñado, ni alucinado. Los largos y profundos cortes en mis antebrazos eran reales. La sangre caía a gran velocidad, esparciéndose por el suelo y ensuciando todo lo que se interponía en su paso. Los suspiros escapaban de mis labios, como las gotas que resbalaban por el grifo del lavamanos. Al fin, tuve la valentía para hacerlo. ¡Al fin!
Estaba harta de llorar. Cansada de esta porquería. Era la única manera de librarme de este maldito tormento. Las lágrimas eran como ácido quemando mis mejillas… Pero esto lo valía. Era la última vez que lloraría. Ya me imagino la clase de comentarios que saltarían después de que esto se diera a conocer: "Tan joven, toda una vida por delante", "¿qué estaba pasando por su cabeza cuando hizo esa estupidez?", "qué cobarde"…
¿"Vida"?, ¿a esta mierda se le podría llamar "vida"? Me gustaría que supieran lo que es que tu novio muera en un accidente automovilístico. O que tu hermana, a la que tus padres echaron de su casa, tenga meses de desaparecida. Quisiera que supieran lo que es perder a las únicas personas que te amaban incondicionalmente. Te deja un hueco tan grande en el pecho, que nunca más habrá algo que lo pueda llenar, aunque sea un poco. Es un dolor inhumano. ¿Qué demonios sabrían los demás?
La partida de ellos había sido sólo el principio de esta pesadilla. Mi vida pasó de ser risas y cariño, a noches enteras de lágrimas y lamentos. Me sentía culpable de no haber detenido a Dylan. De no haberle quitado las llaves del coche y obligarlo a quedarse esa noche conmigo en casa. Si tan solo me hubiese escuchado, ambos seguiríamos vivos. Y Heather… Mi hermana, mi confidente. Cegada totalmente por el amor a ese "hombre" tan imbécil. Debí haber hecho todo lo posible para que ella se alejara de él. Me destrozaba el alma tener que maquillarle el rostro y los brazos, para tapar los moretones que le hacía. Cada vez que intentaba llamar a la policía para que lo arrestaran, ella se arrodillaba y me suplicaba que no lo hiciera. Decía que cambiaría, que solo necesitaba un poco de cariño. Yo terminaba por ceder. Ojalá él hubiese tenido al menos una fracción de la compasión de mi hermana.
Estaba tan hundida en la tristeza, que me replanteaba la razón de seguir viviendo. Mis padres no lo sabían y no pensaba contarles. Porque lejos de ayudarme, me juzgarían por todo lo que hice, y también por lo que no. Así que, era yo sola contra esto. Y así fue durante mucho tiempo. Aislada en mi habitación, dormida o sollozando. Sin ganas de saber de nada, ni de nadie. Todo siguió así durante un tiempo, hasta que un par de amigos míos charlaron con mis padres acerca de mi repentino encierro. Al parecer estaban muy preocupados, o al menos eso decían. Así que en un gesto gentil, me invitaron a través de mis padres, a una pequeña reunión que organizaron en la casa de uno de ellos. Mamá entró a mi cuarto, y sin preguntar alguna otra cosa, me dijo que tenía que arreglarme, porque más tarde me llevarían a un convivio, quisiera o no. Papá la apoyó. Intenté protestar pero… Una pequeña parte de mí aún quería salir adelante y tratar de superar esto. No discutí y acepté la invitación.
Aunque de pequeña no tenía nada, pues al menos había cien personas ahí, quise continuar. La catástrofe empezó en esa fiesta. Fue ahí cuando surgió el verdadero infierno. No tenía ni la más mínima idea de lo que me esperaba. Luego de un rato nerviosa y de no saber cómo encajar, tomé un par de cervezas, antes de que comenzaran a fastidiarme con que probara el alcohol. Nunca había bebido, así que fue la cantidad suficiente como para ponerme ebria. En ese estado todo parece ser más fácil y entras en confianza sin problema alguno. Podía sentir ligeramente como la amargura se desprendía de mí. Al parecer, todo marchaba bien.
Pero siempre hay personas a las que el alcohol ya no les da el efecto que ellas quieren. Así que, buscan emociones más fuertes. Sensaciones diferentes. Se ponen creativos y cuando menos se dan cuenta, encuentran lo que con tanto anhelo buscaban. Una de esas personas, había conseguido un par de gramos de cocaína. Tapizó de líneas blancas la mesa de la cocina e invitó a los valientes a inhalar con todas sus fuerzas. Algunos se acercaron, otros se fueron de paso. Yo me quedé en una esquina a observar a cada persona que decidía aspirar sin temor. Los efectos se veían a los pocos minutos y se asemejaban a como quería sentirme: segura de mi misma, eufórica y llena de vida. Quedaba sólo una raya blancuzca sobre la mesa. Ya nadie estaba alrededor, ni observándome. Alcoholizada, se me hizo muy sencillo pegar mi nariz al polvo e inhalar hasta el fondo. ¿Por qué demonios no lo había hecho antes? La sensación era increíble, inigualable. Era todo lo que necesitaba, todo lo que buscaba. A pesar de que al terminar el efecto daba un bajón terrible, podía soportarlo.
Esa noche despertó algo en mí. Me agradaba. Parecía ser una buena idea, así que, ¿por qué no seguir con eso? Frecuenté el uso de esa droga, hasta que la volví un vicio. Pero claro, como cualquier otro, había un costo que pagar por él, y específicamente para este, era algo elevado. Al principio, no tuve problemas con que mi padre me diera dinero, pero poco a poco fue cortándome el presupuesto. Tenía que buscar algo que hacer al respecto. Necesitaba la misma diversión, pero a un precio más accesible. Entonces, encontré la maravilla del crack. Era hermoso, aunque a veces extrañaba frotar mi nariz con la nieve.
La economía en casa se puso difícil, por lo que dejé de disponer de dinero. No podía quedarme con los brazos cruzados. Siempre hay algo que se puede hacer, y esta situación no era la excepción. Alguien me había ofrecido una buena suma por acostarme con él. Era atractivo y además me pagaría, ¿por qué no acceder? De esa forma debuté en el mundo de la prostitución. "Todo en esta vida tiene un precio", fue algo que aprendí con el oficio. Mi dieta se basaba en: cocaína, cuando me encontraba con algún hombre adinerado, dispuesto a pagar el precio de un cuerpo joven. O en crack, cuando la depresión era inmensa y sólo me topaba con vagabundos sedientos de sexo. ¿Cuántos hombres habrían pasado entre mis piernas?
Y a pesar de que con ello venían efectos colaterales, como una ansiedad tan profunda, que me rasguñaba el cuerpo y arrancaba el cabello por la desesperación. O esas noches enteras donde no podía dormir ni un solo minuto, por la sensación de que un ejército de insectos me comía viva. Prefería mantenerme en vela por eso, que por estar envuelta en lágrimas. Me negaba a dejarlo. Porque me hacían olvidar lo tonta y débil que era. Cuando eso entraba en mí, era invencible. No importaba que la sensación durara muy poco y el sufrimiento fuera colosal. Hacerme sentir la dueña del mundo por unos minutos, lo hacía valer la pena. ¿Quién necesita su nariz cuando puedes ser otra persona?
Fue maravilloso. Por fin era la Scarlett que tanto pretendía ser. Nada ni nadie podía detenerme. No importaba todo lo que tenía que sacrificar, pues estaba donde quería estar. Sin tristeza y dolor… Sin embargo, lo que es bueno, siempre será efímero. Mi cuerpo hizo resistencia al tiempo. Cada vez me pedía más y más. Por más hombres con los que estuviera, no podía saciar esa necesidad. La paranoia era como caer en un vacío. Las alucinaciones y ansiedad me martirizaban diariamente. Noches en vela, temblando y llorando porque no podía ser nada sin ella. Volvía a ser la porquería de antes, a lo que en un principio me trajo a este bajo mundo. Seguía siendo aquello que odiaba ser. Débil como un pétalo de rosa marchito. Lo que hice fue en vano.
Y todo terminaba aquí, mirándome al espejo en un baño, mientras mis venas y arterias se vaciaban. Las luces se apagaron, y no hubo nadie allí para alumbrarme. No pudieron salvarme de mí misma. Me sentía débil, en cualquier momento iba a perder la conciencia.
Miré hacia abajo, y vi cómo de manera delicada, una pluma negra caía, aterrizando en uno de los charcos de sangre. Una dulce voz femenina se alzó a mis espaldas. Era una voz tan cálida y tierna, que lo único que pudo causarme fue una tranquilidad aterradoramente profunda.
-¿Me llamaste? -dijo, impregnando el ambiente de calma.
Antes de responder a su extraña pregunta, di media vuelta, perdiendo totalmente la fuerza que me mantenía de pie. Me desvanecía, pues ya había perdido muchísimos fluidos. Fue inevitable irme hacia el suelo. Ya estaba más cerca del final. Al precipitarme, pude contemplar con claridad a la persona que me había hablado unos instantes atrás. Era una mujer arropada por completo en tonalidades oscuras. Llevaba un vestido, que la cubría desde su cuello y brazos, hasta sus tobillos; un sombrero que dejaba caer un velo al nivel del pecho, ocultando su rostro, y unas zapatillas muy altas. Mi cabeza rebotó entre los lagos carmesí, en cuanto logré visualizarla. Cerré los ojos y los abrí nuevamente, esperando que la dama se hubiese esfumado. Pero no, seguía ahí.
Se arrodilló de inmediato, sin importarle ensuciarse las manos y su ropa con el desastre que había hecho. Extendió sus brazos, y me arrastró hasta acomodarme en su regazo.
-Ahora me toca cuidar de ti, al menos por ahora -afirmó, derramando serenidad.
No comprendía nada. Nunca la había visto antes. Quería responder, pero no podía.
-No voy a juzgarte por lo que hiciste.
Estiró una mano, para limpiar el sudor que me escurría por la frente. Posteriormente,
Era tanta la armonía, que sentía que flotaba ligeramente.
-Te trataron tan mal… Pero ya no tienes nada de qué preocuparte. Te llevaré a descansar.
Levantó su velo, dejando ver su misteriosa cara. Era muy linda y joven. Acomodó detrás de su oreja un mechón de pelo rubio que volaba de su cabellera. Cruzó sus brillantes ojos verdes con los míos. Ahí entendí todo, quién era y a qué venía.
-¿Va a llevarme con Dylan? -cuestioné, con la última energía que me quedaba.
-Claro, cariño -aseguró, manteniendo una cálida sonrisa.
-¿Y con Heather?
-Por supuesto. Están en el mismo lugar.
-Entonces, hazlo de una vez -pedí, en un último aliento.
Así que no temí más, y dejé que mi vida se deslizara hacia el olvido.
-Tranquila, mi niña. En un momento, todo se habrá terminado -dijo, mientras me mecía entre sus brazos y me miraba con indulgencia.
Participante 0008 - Adrián Denbrough
No hay comentarios:
Publicar un comentario