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miércoles, 25 de marzo de 2015

Escrito 0006 – Vida.

Escrito 0006 – Vida.
Desperté con un fétido olor invadiendo mi nariz y con tierra oscura redondeando mis dedos, habia gritos tenues más allá de donde alcanzaba a ver, todo estaba muy oscuro, escuchaba respiraciones y ronquidos un poco más cerca de lo que debían estar, escuché murmullos de una niña pequeña, seguro intentaba despertar a su madre. Apreté mis manos en puños y sentí una hoja de papel húmeda, pude identificar que estaba en un bosque, pero ¿Cómo habia llegado yo aquí? Comenzó a amanecer y con la tenue luz rosada de la aurora pude ver varios cuerpos despertando y tallándose los ojos, todos miraban con sorpresa que no se encontraban en donde debían, nadie. Tomé el papel y lo abrí, era un pequeño mapa que marcaba distintos niveles hasta llegar a una equis, a lado de la equis estaba la palabra “vida” apenas visible. Los otros niveles tenían nombres que erizaron la piel de mi nuca: el primer nivel era sombras, el segundo era cavadores y el tercero era calabozos. Miré a mí alrededor, el bosque tenía grandes árboles oscuros a nuestro al rededor, tan juntos que no podría pasar ni una persona delgada entre ellos; el claro estaba lleno de ellas, parecía una mezcla multirracial, todos miraban sus mapas. Un hombre a lado mío me tomó del hombro.

-¿Crees que podamos ir acompañados? Tu pareces confiable—asentí, pero la verdad es que no era confiable, yo habia traicionado a muchos amigos y familiares, pues, para construir mi empresa habia pasado de ellos como si fueran simples rocas que podía patear y como se llega a decir… eso es lo más triste de una traición. 

Una voz salió del bosque, era calmada pero lo suficientemente autoritaria como para dejar de prestar atención, nos indicó que al escuchar las campanas deberíamos correr, tan fuerte como podamos porque hacia la vida solo siete podrían llegar, los demás morirían. Por lo que habia alcanzado a contar triplicábamos o incluso cuadruplicábamos en número a los que serían los sobrevivientes de esto. Todos esperábamos con ansias las campanas, deseábamos salir corriendo y llegar lo antes posible a “vida”. Nos paramos frente a los árboles y tragamos saliva. A mi lado estaba el hombre con el que me iría y al otro, estaba una mujer joven con una niña de unos tres años, seguro era la niña que escuché más temprano, ambas eran morenas y miraban fijamente hacia el árbol que estaba frente a ellas.

-Soy Andrew, por cierto—dijo el hombre.

-Yo me llamo Alex, un gusto—intenté esbozar una sonrisa pero sentía temor de lo que me esperaba allá afuera. Tarareé una canción que habia escuchado en un musical de los miserables, respiraba y esperaba calmarme hasta poder despertar de este sueño tan extraño. Las campanas sonaron, lúgubres y los arboles frente a  nosotros desaparecieron, dejando ver un bosque muy húmedo y oscuro, con algo de neblina más al frente y en silencio total, ni un ave ni una ardilla o un insecto. Comenzamos a andar lento, pisando las hojas y ramas secas del suelo, la niña escondió la cara contra el pecho de su madre y justo a tiempo, antes de que una nube negra tomara a un hombre viejo, lo sostuviera contra un árbol y comenzara a arrancarle la piel poco a poco, como si fuera un papel tapiz viejo que se cae de la pared por acción del tiempo; eso era una sombra. El hombre viejo gritaba tan dolorosamente que incluso me hacía sentir su dolor. No tardo mucho antes de que apareciera otra sombra y le hiciera lo mismo a una jovencita asiática. Corrimos tanto como pudimos, Andrew iba a lado mío, esquivábamos árboles y rocas, hasta que una sombra se posó frente a mí por sorpresa, pero no me detuve e corrí con más fuerza hacia ella, no fue difícil pasar por su cuerpo etéreo pero pude sentir como ese segundo hizo que mi cuerpo se quemara, mis manos estaba rojizas y ardían, era una sensación tan inefable, no podía imaginar algo peor que morir a manos de estos seres. El bosque parecía interminable, los enormes arboles no dejaban ver hacia ningún lugar, la humedad cansaba tu cuerpo y algunos gritos hacían que temblaras, mi respiración me comenzaba a faltar, comencé a bajar la velocidad pero Andrew me tomó por el brazo y me jaló hacia él. Tomé una respiración rápida y sonora y continué, hasta que después de un rato salimos a campo abierto; más allá de eso, a un par de kilómetros, habia una estructura blanca, rodeada por escaleras en caracol.

La superficie del claro estaba llena de agujeros, seguro lo habian hecho los cavadores, aun no los habia visto pero seguro que esos hoyos eran para enterrar tu cabeza o los pies, dejarte inmóvil y torturarte. La mayoría de las personas lograron llegar al prado, todas estaban cansadas y algunos tenían heridas, otros tenían quemaduras y otros estaban llenos de lodo y hojas. Todos tomaban un respiro, yo quería hacer lo mismo pero Andrew me apresuro, no podíamos dejarle a la suerte nuestra vida. Comenzamos a correr y todos lo hicieron también, esto era una carrera y los primeros se llevarían todo. Nada parecía pasar, los boquetes estaban llenos de lodo, hasta que un ser en forma de serpiente con exoesqueleto salto de uno de los agujeros y atrajo hacia el a un hombre de cabello largo y lo enterró, el hombre gritó y pataleo hasta ahogarse con el espeso lodo negro, nadie se acercaría a los agujeros más; pero los cavadores no se detendrían, aparecieron uno tras otro sorpresivamente hasta jalar a varios a su desesperante destino sin oxígeno. Las manos de muchos quedaban por fuera del agujero, algunos dedos aún se movían pero no podrían salir solos y nadie se atrevería a ayudarlos, así de miserable era nuestra vida y pensamiento, todos los humanos tenemos ese sentido de huida ante las adversidades de otros para no tener que vernos envueltos. Para cuando dejamos atrás el claro llegamos a unas construcciones blancas, como túneles con barras de metal en algunas de sus entradas, los calabozos. Mi miedo se acrecentó cuando vi algunas sombras dentro y el sonido de cadenas moverse con desesperación. Andrew y yo fuimos los primeros en entrar, nuestros pasos sonaban amortiguados por el agua derramada en el piso, un fuerte olor a sangre recorría el pasillo, las flamas de las antorchas bailaban con las corrientes de aire y los gritos y sus ecos nos dejaban un nudo en la garganta. Decidimos que era mejor caminar que correr, pues las sombras que deambulaban errantes debían ser nuestra mayor preocupación. Después de unos metros podíamos ver la salida, estaba a solo unos segundos, pero los demás llegaron corriendo, fue como encender una alarma contra incendio, las sombras se acercaron y aparecieron frente a nosotros, eran hombres desnudos, con sus cuerpos llenos de marcas y heridas, cicatrices y quemaduras, llevaban una capucha en la cabeza que les cubría el rostro, cargaban un hacha en una mano y un látigo en la otra, Andrew rodó por debajo de uno de ellos pero yo me quedé petrificado, al ver a los ojos a mi futuro inquisidor pude observarlos oscuros y vacíos, no eran humanos y no sentirían la más mínima compasión por nadie, ni siquiera por la niña y su madre. El inquisidor me tomó con una mano en el cuello y me levantó, alzó su hacha y respiré por última vez, pero una roca golpeó a mi inquisidor, una roca lanzada por Andrew, que me jaló de nuevo hacia sí, alejándome del inquisidor, por su parte este siguió su camino, lanzando un tremendo silbido que con el eco del lugar podía dejar sordo a cualquiera. Llegamos a lo que parecía la salida pero estaba cerrada, con barras de hierro, buscamos otro camino, no era difícil, el lugar era un laberinto. Los gritos de los demás eran cada vez más fuertes, podían volver loco a cualquiera. Pasamos frente a un pequeño cuarto donde un hombre muy delgado apenas podía mover las cadenas que lo aprisionaban al muro, nos miró con sus ojos bien abiertos, su cuerpo estaba llenos de moretones y heridas causadas seguro por un látigo, no tenía uno de sus brazos y el olor era pútrido parecía que no dejaban que la herida cicatrizara por completo, deseaban hacerlo sufrir. El hombre apenas pudo levantar la mano y apuntar hacia un pasillo oscuro detrás de nosotros, apenas logró articular la palabra “salida” y “cuidado león diaboli”, corrimos hacia el pasillo, fe ciega hacia el moribundo, y después de dar un par de vueltas comenzó a haber más luz pero habia un rugido, justo detrás de nosotros, cada vez más cerca, no queríamos girarnos y cuando lo hicimos no habia nada más que la oscuridad que dejábamos, seguimos caminando hasta que Andrew cayó, tenía un rasguño en la espalda de enorme tamaño, lo ayudé a pararse y caminar, se quejaba; un rugido me hizo voltear a ver hacia atrás y un enorme felino de color negro y ojos rojos estaba mirándonos con fiereza. Le indique a Andrew que debíamos correr y el asintió, comenzamos nuestra huida y el león nos miró escapar unos metros antes de que comenzara a perseguirnos. Podía sentir su aliento en mi cuello, respiraba con dificultad y estaba a punto de rendirme hasta que de nuevo vimos la salida, ambos sonreímos por el puro placer de ver que podríamos salir, hasta que estuvimos más cerca, habia barras también, pero no llegaban hasta el piso, debíamos deslizarnos uno a la vez para poder salir.

-Tu primero Andrew, necesito que lo hagas rápido—no quería morir pero tampoco deseaba vivir más delante cargando con la muerte de quien me ayudo a vivir. Andrew corrió tanto como pudo y se deslizó debajo del acero, grito de tal manera que ensordeció los rugidos del león y los gritos de los demás, pues, habia raspado aún más su espalda. Alcancé a deslizarme también, pero el león alcanzó a desgarrar una de mis manos, ahogue un grito y mordí mis labios, deje de respirar un momento y observé el jirón que era ahora mi extremidad, salía tanta sangre que tuve que quitarme la camiseta para enredarla en lo que me quedaba de mano y detener la hemorragia. 

Llegamos por fin a la estructura blanca, vieja y oxidada, tenía grandes escaleras hasta la cima, habíamos llegado a “vida”, comenzamos a subir con desesperación, lo habíamos logrado y deseábamos volver a nuestra vida de siempre. Cada paso era una pequeña satisfacción.

Después de mucho llegamos a la cima, una pequeña plataforma que habia sido apenas puesta para siete personas, nos sentamos y miramos el prado y el bosque, no era muy extenso, a todo alrededor habia arboles gigantes que seguro y bloqueaban la salida de este lugar, decidimos no charlar, solo disfrutar de nuestra victoria, mirando a todos los que ya comenzaban a subir por las escaleras, pronto estaría lleno.

Unos minutos pasaron antes de que los siete estuviéramos en el área, nadie más cabía y aun habia otras siete personas que aunque habian llegado se habian quedado en las escaleras. Suplicaban por un lugar. Entre ellas la mujer con su hija.

-¡Por favor! Dejen pasar a mi hija, solo a ella, no la dejen morir aquí—lloraba apretando a su hija muy fuerte, por lo que se veía la niña no tenía un solo rasguño, mientras la madre parecía Jesucristo en su pasión. Andrew me tomó la mano y me miró, trago saliva y murmuro un “gracias”, uno tan sincero que me dejaba tan tranquilo, sin sentir ni una sola pizca de dolor. Él se saltó la valla del cuadro de los que nos salvaríamos, tomó a la niña y me la dio para ponerla a mi lado, la niña
comenzó a llorar –muchas gracias, muchas gracias—exclamó la mujer, le tomó la mano a Andrew y se la beso, manchándolo de sangre y sal, entonces tuve una epifanía, yo no era nadie ni nada para separar a la madre de su hija y al ver que Andrew era tan altruista, tan abnegado, tomé la única decisión que me haría morir en paz, le cedi mi lugar a la madre de la niña y sentí una paz, una tranquilidad, sabía que iba a morir pero lo haría por la razón correcta, ¿Habia una mejor razón para morir?, tomé la mano de Andrew y lo miré a los ojos, ambos asentimos y sin palabras nos despedimos, no se necesitaba más. Sonaron unas campanas y los siete desaparecieron en una luz blanca. Todo a nuestro alrededor comenzó a temblar, las escaleras, el suelo, los árboles. Pude darme cuenta lo efímeros que somos, que lo único inmarcesible es el tiempo, comprendí entonces que aunque busque preservar mi vida desde el principio terminé preservando la de alguien más, ¿una serendipia? Creo que le llaman; así era mi desenlace, placentero y noble. Las escaleras comenzaron a resquebrajarse, Andrew y yo éramos los únicos ya en los peldaños, todos habian corrido a los calabozos y al bosque, a encontrarse con su fatal destino, sentí como me separé del suelo y comencé a caer, sonreí a Andrew, el aire golpeaba mi cara mientras caíamos, mi cabello volaba y me sentía con un ave; después de eso experimenté un terrible golpe, algo menos doloroso que todo lo que habia pasado ya y después… no sentí nada.

Participante 0006 – Oscar Martuccelli.


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