
Era viernes. Fue cuando la conocí e hicimos de nuestras vidas unos minutos, para conocernos en una noche y no perder tiempo en regalarnos falsedades.
—Mira —dije después de invitarle un trago —¿para qué me quieres coqueteándote si ya bien sabes que me gustas y que te gusto y que todo lo demás está de sobra? Mejor dime ahora si correspondes a mis cariños. No lo pienses; el amor se siente, no se piensa. Deberíamos vernos en los portales, todo pasa ahí. Y todo quiero que pase.
—¿Y cómo te reconoceré? Al fin y al cabo, cielito lindo, apenas vienes bajando y ya quieres mis lunares —me dijo.
-Ay, chula. Será muy fácil reconocerme, pues no encajo en el encanto mágico de Puebla. Pero no desesperes. Con tiempo y contigo, se me irán pegando las buenas costumbres. Es cuestión de una vida juntos.
Una vida juntos. Eso es lo que le siguió a la primera, la segunda y el número de cita que fuese. Quien se sepa poblano entenderá que cada esquina nos regala una historia, pero todo y más era ella entrando a mi departamento, quitándose los zapatos, haciendo rimar nuestros labios y nuestras caderas. Más éramos nosotros, siendo instantes, ajenos a la realidad, creando la propia y sabiendo, sobre todo, que la vida se torna gris. Sí, pero en mi chula tenía todo el color. O tiene, según se vea. Ella abrió con sus ojos una sutil herida que nunca cerró. Contrario a mis principios, la quise, y con eso pagué su partida.
“Me prometiste pasión, no cursilerías, baby. Es más grato ser tu olvido que tu ‘para siempre’. Mejor amor platónico que eterno; el segundo vive más, pero nada como el sabor del primero…”
A veces la recuerdo. Otras veces también. Y la pienso como lo que fuimos, un verso breve que recitaré por mucho tiempo. Mi señorita, mi amor platónico, de aquellos innombrables y francamente muy deseables días. No sabes lo placentero que es tenerte en la memoria.
Puebla de los Ángeles.
Participante
# 14
Gabo Beltrán.
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