Hola cómo se
encuentran en este grandioso martes, segundo día de la semana laboral, espero
que aún tengan mucha energía porque casi recién comienza la semana.
El día de hoy les
seguiré contando la historia de las 4 apariciones de la Virgen de Guadalupe en
el Cerro del Tepeyac, el día de ayer me quedé en que el obispo no le dio una
respuesta a Juan Diego y el regreso triste al cerro del Tepeyac.
La segunda aparición
sucedió en el mismo día, cuando volvió, vino derecho a la cumbre del cerrillo y
acertó con la Señora del Cielo que estaba esperando allí mismo donde la había
visto la primera es.
Al verla se postró
delante de ella y le dijo: “Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui
a donde me enviaste a cumplir tu mandado, aunque con dificultad entré a donde
es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste;
me recibió benignamente y me oyó con atención, pero en cuanto me respondió
pareció que no la tuvo por cierto, me dijo; Otra vez vendrás, te oiré más
despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido… Comprendí perfectamente en la
manera como me respondió, que piensa que quizás es invención mía que tú quieres
que aquí te hagan un templo y que acaso no es orden tuya, por lo cual, te ruego
encarecidamente, Señora y Niña mía, que algunos de los principales, conocido,
respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean,
porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy
cola, soy hoja, soy gente menuda y tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas,
Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que
te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía”
Hijo mio, el más pequeño... |
Después de escuchar lo
que Juan Diego le dijo, la Virgen le respondió “Oye hijo mío, el más pequeño,
ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo
encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto
preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi
voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando que
otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber
por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y
otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios,
te envía”
Luego él le respondió:
“Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción, de muy buena gana iré a cumplir
tu mandado, de ninguna manera dejaré de hacerlo, ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con agrado, o si fuere oído,
quizá no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar
razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, hija
mía, la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto” después de eso, se
fue a descansar a su casa.
Al día siguiente,
domingo, muy temprano salió de su casa y se vino derecho a Tlatelolco, a
instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver
enseguida al prelado. Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se
hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio
del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha
dificultad le vio, se arrodilló a sus pies, se entristeció y lloró al exponerle
el mandato de la Señora del Cielo, que ojalá que creyera su mensaje, y la
voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.
El señor obispo, para
cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era, él refirió todo
perfectamente al Señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de
ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la
siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo, sin
embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud
se había de hacer lo que pedía, que además, era muy necesaria alguna señal,
para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.
Así que lo oyó, dijo
Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides, que luego
iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”
Viendo el obispo que
ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le respondió. Mandó
inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podían confiar, que le
vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así
se hizo.
Juan Diego se vino
derecho y caminó por la calzada, los que venían tras él, donde pasa la
barranca, cerca del puente Tepeyac lo perdieron, y aunque más que buscaron por
todas partes, e ninguna le vio. Así es que regresaron, no solamente porque se
fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso
fueron a informar al Señor obispo, inclinándole
a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba, que no más
forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía, y
en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con
dureza, para que nunca más mintiera y engañara.
Continuación…
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