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sábado, 28 de marzo de 2015

Escrito 0009 – Ciao.

Escrito 0009 – Ciao.
Una gélida luz centellaba frente a mi rostro, penetrando hasta la parte más oculta y oscura de los endurecidos parpados que cubrían mis ojos. Un estímulo despiadado, que obligó a mis pupilas a contraerse con extrema diligencia, ayudó a levantarme de lo que parecía ser un fugaz descanso.

En un gesto casi automatizado llevé los nudillos a mis lagrimales, para esclarecer un poco mi visión nebulosa. Comencé a inspeccionar el espacio que me envolvía y fue ahí cuando mi extrañeza hizo acto de presencia. No era mi alcoba donde había estado dormitando; no era esa recamara azul celeste, con carteles de cantantes y bandas musicales pegadas sobre sus paredes, con una cajonera desordenada y repleta de figuras de acción, ni siquiera estaba ese gran ventanal frente a mí, que daba a la calle y que me permitía ver a través de su vidriado el horizonte en su máximo esplendor… no… nada de eso se encontraba. En cambio; me hallaba en una habitación blanca, con paredes sucias por manchas de humedad y misteriosas salpicaduras de sangre seca, recostado en una cama muy rígida y pequeña , con tan sólo dos sillas de plástico a punto de quebrarse como muebles complementarios. La única comunicación que tenía hacia otro lugar era en extremo turbia, gracias a una puerta de vidrio templado con un cristal empañado y encima sucio. Lo poco que alcanzaba a observar, parecía ser un estrecho pasillo, solitario y poco iluminado.

¿Pero dónde estoy?, ¿qué hago aquí?, ¿cómo llegué hasta este lugar? Estas y muchas más interrogantes surgieron en tan solo breves instantes, rondando alrededor de mi cabeza. Miré con desesperación en todas direcciones, pero principalmente a mis costados. Allí fue donde continuaron las sorpresas. De mi lado izquierdo reposaban dos burós, ambos saturados de presentes: grandes animales de felpa, globos inflados de gas helio con letras rezando: “Mejórate pronto” o en algunos casos: “Te queremos”, arreglos florales donde destacaban rosas blancas y tulipanes rojos y muchas cartas esparcidas a lo largo de ambos muebles. Para romper en definitivo con mi calma, a mi mano derecha se observaba un respirador artificial con recientes huellas de uso, tal vez en algún momento mi vida dependió de él. Todo ese conjunto me indicaba que… ¡no!, ¡eso no puede ser posible!

Lamentablemente, aunque me costara aceptarlo, así lo era: mi estadía en este lugar había sido prolongada, ¿el motivo?, aún no lo sabía, pero para terminar en algo que parecía ser un hospital, varias semanas e incluso meses con oxígeno conectado a través de tu garganta, debía ser algo serio.

Mi cuerpo iniciaba a despertarse y un dolor en mis brazos se esclarecía. Alarmado, inicie a tocarme los antebrazos, siendo allí donde se encontraba el problema: desde los codos hasta las muñecas se habían acentuado largas pero poco profundas ulceras, que castigaban sin clemencia alguna la delgada piel que cubría mi ser.

—¡Demonios!, definitivamente he estado aquí más tiempo del que creí— murmuré entre dientes, tratando de resistir el dolor.

Después de escasos segundos, unos ligeros gemidos se percibían a los pies de la cama donde reposaba. La situación me parecía un poco inquietante, aunque es común escuchar llantos dentro de un hospital, no lo es en el interior de un cuarto donde te encuentras aparentemente solo. Con cautela desvié mi mirada hacia la parte baja mis piernas. El causante de aquellos ruidos bastante conmovedores era un hombre… ¡y ese hombre era mi padre!

Apoyaba y hundía la cabeza en mi regazo, tratando de ahogar sus penas con la aspereza de las sabanas que me cobijaban. ¿Había estado ahí antes? Pero por supuesto, lo que pasa es que soy un distraído de primera y no me había percatado de su presencia.

—Papá… ¿sucede algo?

Jamás lo había visto tan destrozado… ni siquiera cuando su único hermano, el tío Gerald, falleció en un accidente automovilístico junto a toda su familia, o cuando le notificaron que a mamá le extirparían ambos senos a causa del cáncer, por lo tanto me preocupaba verlo en ese estado.

Levantó su rostro. No me dijo absolutamente nada. Seguía preocupándome. Las lágrimas caían como cascadas de sus ojos…

—Dylan… despertaste— expresó como si una espada le atravesara sin misericordia el alma.

—Dime, ¿qué pasa?

—Nada… es algo sin importancia…— contestó sin mirarme a la cara.

—Bueno… si lo dices… ¿Y mamá?, ¿dónde está?

—Se fue a casa hace un par de horas, tenía que descansar un poco… no tarda en regresar.

Un silencio por parte de mi padre cortó de tajo la fluidez de la conversación. Una calma abrumadora nos acordonada a ambos. Él solo se limitaba a observarme, tal vez no daba crédito de lo que pasaba frente a él.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?— pregunté con espontaneidad.

Como respuesta, mi padre volvió a romper en llanto y se arrojó hacia mí; me abrazaba con la poca fuerza que le quedaba.

—Perdóname— susurraba con la voz totalmente quebrada.

—¿Por qué?

—Dylan… por favor hazlo— suplicaba encajándome el mentón en el hombro.

—¿Por qué debería de perdonarte si no me has ocasionado algún daño?— le cuestioné mientras respondía a su gesto, rodeándole la espalda con ambos brazos.

—Claro que si… no estuve contigo cuando más me necesitabas, realmente no me he comportado como un verdadero padre— explicaba, tratando de mantener la calma.

—Lo sé.

—Y deberías odiarme por eso— declaró aferrándose más a mí.

—No, no te odio, al contrario te amo— le afirmé dándole un beso en la mejilla.

Él tenía razón, nunca estuvo cuando lo necesité, pero él es mi papá y de alguna u otra manera tengo que quererlo, sus motivos debió de tener para alejarse de mi de esa manera. Yo no soy nadie para juzgarlo.

Soltó mi cuerpo, y se sentó a mi lado. Sus labios delineaban una sonrisa, una sonrisa que era opacada por la tristeza que emanaba su mirada.

—Yo sé que no he sido el mejor; no estuve contigo cuando debí estarlo… quizá de algún modo yo ocasioné esto, porque sí te hubiera dado todo el cariño que necesitabas, no lo habrías estado mendigando por las calles, buscándolo en caminos con fatídicas salidas, pero también comprende que mi vida tampoco ha sido fácil… he sufrido tanto en tan poco tiempo— decía mientras me acariciaba ambas manos.

—Te comprendo, lo hecho hecho está, lo único que podemos hacer es no cometer los mismo errores en nuestro futuro.

—Exacto, y para poder empezar con el pie derecho ese “futuro” necesito de tu perdón— propuso presionándome más las manos.

—Pero…

—Por favor Dylan— imploraba, haciendo notar más su interés.

—Si eso te regresara la paz, entonces te perdono papá.

—¡Gracias, no sabes lo feliz que me haces!— expresaba mientras me volvía a abrazar de nuevo.

—¡Cuidado que me lastimarás!— le advertí.

Ambos reímos. Y nuestra conversión padre e hijo culminó ahí, con una sonrisa dibujada en el rostro de ambos. Me cubrió con ambas manos el rostro y al mismo tiempo susurraba: “Te quiero Dylan”.

No pude contener la emoción, y cuando estaba a punto de dejar que la misma me ganara, las sensaciones extrañas volvieron a aparecer. Mi padre había desaparecido, no se encontraba por ningún rincón de la habitación. La angustia me llamaba… ¿acaso había estado hablando con una alucinación?

De repente, la puerta de la recamara se abrió de golpe, dejando ver una silueta femenina detrás del impacto.

— ¡Noooo!— gritaba la mujer sobre el marco de la puerta.

Entonces, reconocí la voz: era mi madre, desplazándose con alta velocidad a través de la habitación, derramando lágrimas y agitando sus brazos.

—¡No Dylan!, ¡¿Por qué tú?!— seguía vociferando la dama.

Una enfermera corrió rápidamente al dormitorio a ver al causante de tremendo alboroto, y una más intentaba tranquilizar a mi madre. Todas me miraban sobresaltadas.

—Estoy bien mamá— trataba de serenarla.

Una mujer se acercaba con premura a medirme el pulso.

—Señorita no es necesario, me siento bien— le sugerí.

Hizo caso omiso de mi invitación y continuó haciendo su trabajo. Después de unos instantes, contempló con tono lúgubre a mi madre y le dijo:

—Lo siento señora, ya es muy tarde.

Mi mamá se tiró al suelo, totalmente hecha pedazos. Yo no entendía nada de lo que pasaba, todo se asemejaba a una broma muy pesada.

—¡Dylan!, ¡mi bebé!— gritaba desde el fondo de sus entrañas la fémina que me trajo al mundo.

Miré otra vez a los pies de la cama y allí estaba de nueva cuenta mi padre. Él observaba con agobio a mi mamá.

—Katherine, no te preocupes, ahora estará a salvo conmigo— garantizó a su esposa, quien se retorcía en el suelo mugriento.

—Ven Dylan, vayamos a recuperar el tiempo perdido —proponía mi padre, extendiendo ambos brazos hacia donde me encontraba— Vamos, que a tu madre aún le queda mucho por recorrer para que pueda acompañarnos.

“Ciao es una expresión italiana que puede ser interpretada como un saludo o una despedida, dependiendo de la situación. En esta pequeña historia, Ciao, es una despedida del mundo terrenal y una bienvenida al más allá”.


Participante 0009 - Adrián Denbrough.

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