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viernes, 27 de marzo de 2015

Escrito 0008 - A tres vueltas del sol.

Escrito 0008 - A tres vueltas del sol.
Era costumbre empezar el fin de semana laborar llegando al bar con Eithel, Harold y Alessandro. Tenía que pasar por Eithel al banco. Llegaba con una cara desagradable siempre, se quitaba su corbata roja y la lanzaba detrás del asiento.

 - Pero que día tan más mierda tuve - Para él todos los días eran de mierda - Me han hecho quedar unas horas más sólo porque un cajero no tenía el monto correspondiente.

- Para ti siempre son días de mierda – Le dije- El problema no es el día, el problema eres tú. Pesimista.

- Cállate - Decía señalando a Alessandro rumbo al bar - Ahí va ese hijo de puta.

Hice sonar el claxon de mi auto y Alessandro subió.

- Que bueno que los he encontrado - Se quitaba su abrigo con una cara de enojo - Mi novia me ha obligado a llevar este abrigo, lo más probable es que llueva, pero el bochorno no lo soporto
Su novia más bien parecía su madre, le hacía vestir como debía corresponder un buen abogado.
- Ponlo a un lado - contesté - ten cuidado con esas carpetas.

- ¿Qué son? - Preguntaba Eithel mientras las tomaba

-¡Deja ahí! Son mis borradores de la tesis.

- El hijo de perra se va a graduar.

- Cállate imbécil

Llegamos al bar, Harold como de costumbre había llegado en su auto minutos antes, estaba sentado en nuestra mesa esperando con un cigarrillo.

- Siempre es lo mismo con ustedes tres. – Respondía mientras apagaba su cigarrilo – Y siempre es lo mismo con estos tipos del bar. ¡No me dejan fumarme un cigarrillo!

- ¿Cómo la haz liado? – Pregunté

- Insistí hasta que se cansaron. – Reía intentando prender otro cigarrillo.
Comenzamos a beber, cerveza tras cerveza, comenzó a surgir efecto el anestesiante universal, nuestras conversaciones se tornarnos de un aire elegante a un tema fuera de lo común. El mesero rodeaba nuestra mesa sabiendo que pronto acabaríamos la ronda, pedíamos otra cubeta, la vuelta me daba cabeza... La cabeza me daba vueltas... de tres amigos ahora tenía seis, riendo como desquiciado y cantando como lo que eran, unos borrachos. El bar comenzó a girar como un carrusel fuera de control y salí corriendo. Alessandro me siguió zigzagueando, yo estaba ahí postrado en el sanitario vomitando, Alessandro con una cerveza en mano y tambaleando se puso en la puerta del baño. Él era el menos ebrio de los tres, Eithel por su parte podías escucharlo cantando desentonado desde el baño.

- Venga amigo - Me tomaba del brazo Alessandro - Salgamos de aquí. –

En la mesa estaba Harold sentado, me puse a un lado de él.
- ¿Qué hora es? Pregunté
- Cuarto para las dos - Respondía Harold viendo un lindo reloj
- Que buen reloj
- ¿Te gusta? Tómalo - Se quitaba el reloj al instante
- ¿Qué dices? estás ebrio.
- Hablo enserio, lo compre hace algunos meses pero mi hermana me ha regalado uno entre el tiempo de entrega que pedí este.
Bien si ese era el caso podía tomarlo, era un hermoso reloj y quedaría entre el polvo si se lo quedaba.
- Gracias...
Nuestra conversación tomó un aire de silencio, sólo quería evitar hablar, sentía que entre una de mis palabras se escaparía mi cena. Me sentía totalmente anestesiado, escuchaba un zumbido en mi cabeza que me indicaba que a era suficiente.
- Me siento fatal - Le decía
- Creo es mejor que te vayas a casa.
- Tienes razón – Caminaba a la salida entre pasos cortos esperando no caer
- eh, eh, eh, ¿Dónde carajos vas? - Decía Eithel - Hombre, qué esto apenas empieza
– Andaba con una cara llena de euforia y alegría, pero a pesar de ello no podía evitar mostrar lo ebrio que estaba.
- Eithel, ya no puedo, necesito ir a casa, tomar un baño y dormir, mañana estudiaré un poco y volvemos a salir. ¿Vale?
- ¡Eres un aguafiestas! - Se volteaba con los demás chicos. - Eh, amigos, vengan.
Llegaron al instante casi a la puerta del bar donde nos encontrábamos.
- Eithel se va, pero venga, abrazadlo. - Nos tomaba a todos con sus brazos - Los quiero mucho trio de imbéciles.

Harold se quitaba de sus brazos riendo
- Estás ebrio- le decía
- Cállate, estoy contento de tenerlos.
Alessandro me vio por un tiempo y me dijo:
- ¿Seguro que puedes manejar? Deberías tomar un taxi
Alessandro siempre fue el más consiente de los tres.
- Puedo manejar - Replicaba
- Venga, además comenzará a llover.
- Dices tonterías, Ale - Decía Eithel.
- Sígueme afuera y verás, imbécil.
Salimos los tres y el clima comenzaba a ponerse fatal
- Mejor tomas taxi - Decía Harold
- Sí - Todos replicábamos al mismo tiempo.
- Hombre, pero mañana, si se arregla este clima, debemos salir
- Claro - Contesté - Sólo tengo que estudiar un poco para la tesis y salimos todos.
Tome un taxi directo a casa, los chicos se quedaron un tiempo más. Yo por mi parte estaba acabado, llegué, ni una ducha tomé, caí a la cama y dormí.

Desperté con un aroma infernal, la cabeza bien podría explotarme. Tomé una ducha, salí a preparar mi almuerzo y comencé a estudiar. Era importante este momento, estaba a la vuelta de la esquina de graduarme y tenía que hacer una tesis que valiera la pena tantos años de esfuerzo. Apagué celular, internet y toda distracción a mí alrededor, sólo estaba yo y mi tesis en el departamento. Me dispuse a leer mis documentos y es ahí donde recordaba dejarlos en el auto.

– ¡Mierda! - Maldecía a los aires. - Tengo que ir a por ellos.
Buscaba entre mi ropa de anoche las llaves.
- ¿Las deje en el bar? No vuelvo a beber – Me decía a mí mismo.
Tomaba mi celular para llamar a alguno de ellos y preguntar por mis llaves, incluso por mi auto, espero siguiera ahí y alguno de esos imbéciles no lo haya tomado. Marqué primero a Alessandro.
- Buzón de voz, su llamada será... - Colgué, lo tenía apagado.
Llamé a Harold y era la misma respuesta, tal parece tuvieron una farra más grande de lo que pensé. Mi última opción era el imbécil de Eithel. El celular comenzó a marcar, era el único con el celular prendido, el único precavido que cargó su celular antes de salir del trabajo. Era raro admitirlo. Sonó por buen rato y no hubo respuesta. << ¿Seguirá dormido?>> me preguntaba, intenté por quinta vez y aun no tuve respuesta, le deje un mensaje de voz.

- Tú, hijo de puta, donde hayan tomado mi auto los mataré. Ven después de las tres de la tarde, estaré retrasado con lo de la tesis todo por dejar mis documentos en el auto. Nos vemos.

Apagué el celular nuevamente. Tomé todo lo necesario y comencé a estudiar por largo tiempo.

Tocaron a mi puerta, vi el reloj que recién me regalaba Harold, había estado 4 horas estudiando, necesitaba un descanso y creía que eran los chicos en la puerta.

- ¿Quién es? - Preguntaba acercándome a rastras de mis sandalias.
- ¡Abre la puerta por favor!
Se escuchaba una voz de mujer desesperada. Abrí la puerta desconcertado y vi llorando a la novia de Alessandro, sollozando entre lágrimas y a balanceándose a mi hombro.
- Lo siento, ¡Lo siento tanto! - Lloraba empapando mi hombro con sus lágrimas.
– ¿Qué ocurre? - Mi voz se llenó de sentimiento ante su lloriqueo.
No dijo ni una palabra, sólo lloraba. Sollozaba, para ser más exacto. La quité de mi hombro y desesperado la vi a mi cara y pregunté entre lágrimas.
- ¡¿Qué mierda ha ocurrido?! - La novia de Alessandro se calmó un poco y contestó entre lágrimas.
- Los tres... Los tres... perdieron el control y están... - No logró terminar la frase, siguió llorando sin parar. Yo sólo pase mis manos a la cabeza. Quería tan solo despertar de esa pesadilla tan ruin, comencé a llorar y me hinque desesperado. Sin poder hacer nada. << ¡Pero si hoy los iba a ver!, hoy seguiríamos con nuestra tradición. Hoy todavía los tendría conmigo >> Pensé enfurecido. << ¡Alessandro!, tú mismo me dijiste que no debía manejar, ¿por qué lo hicieron?... ¿por qué los deje ahí?, ¿por qué no me fui con ellos? Los tres estaríamos bien. O los tres estaríamos muertos... No, ellos aún no están muertos... Esto no puede ser verdad>> Pasaron minutos para que me calmara, la novia de Alessandro estaba sentada con suspiros de melancolía en su boca.
- ¿Qué hora es? - Preguntó, vi el reloj que me regaló Harold, lo vi por unos segundos, después una lágrima rodó por mi cara.
- Cuarto para las dos.

A la vuelta del sol tenía a tres amigos, a la vuelta del sol aun brillaban ese trio de pares de ojos, a la vuelta del sol sus corazones latían como el galope de un caballo viviendo a cien por hora, a la vuelta del sol éramos cuatro y no sólo uno.

No me acerqué en todo el día a la velación, no podía, simplemente no estaba preparado. Lloré constantemente y aun no creía que los había perdido, aún sentía que podía ir a la mesa del bar y verlos, escuchar la risa burlona de Eithel, ver los ademanes excéntricos de Harold y oír las pláticas interesantes de Alessandro. Salí del bar con lágrimas en los ojos, había sentido la mirada de algunos, conocían lo que había pasado. Vi mi carro en el mismo lugar del estacionamiento, un mesero me siguió.
- Eh chico, dejaste las llaves la otra noche.
Tomé las llaves sin decir más que gracias.
- Supe lo que pasó, ¿cómo están? - Me quedé callado por un momento, abrí una puerta del auto y contesté:
- Muertos.
El mesero quedó con un nudo en la garganta, su cara incluso tomó un color amarillo, no dijo nada por un momento.
- Lo siento.
- No importa – contesté.
- Levanta el ánimo, a ellos no les hubiera gustado que estuvieras mal.
- Si no hubieran querido no hubieran muerto los cabrones.
Quedó callado, no lo culpo, la gente es imbécil cuando intenta suavizar un golpe de esa magnitud, podría decirse que las palabras que uno quiere escuchar no son otras que las voces de sus fallecidos sólo para entender que ellos aún siguen vivos.
Subí al auto y baje la ventanilla.
- No sabes cuánto lo siento - Intentaba arreglar las cosas.
- No importa, enserio. - Me fui del lugar.

Era momento de despedirme, tenía que aceptar la ausencia de esos tres bastardos, admitir que ya no veré sus rostros en otro lado más que en fotografías, vivir con el vacío de no tenerlos. Se acabaría los fines de semana en el bar, terminarían por completo esas pláticas tan incoherentes en aquella mesa, terminarían esas respuestas al idéntico son.

Los vi a los tres en sus respectivos féretros, casi como si durmieras, como si fuese solo una siesta, podría jurar que Eithel cayó ebrio y sólo esta inconsciente, que en unos minutos despertará buscando más cerveza o a vomitar.
Esperaba que despertaran, pero no fue así.
Comenzaba el momento más difícil, la tierra cubría cada una de las cajas. El acorde de los llantos inundaba mi cabeza, no podía escuchar mis propios pensamientos. Uno nunca iba a saber cuándo diría por última vez adiós, si tan solo me hubiera dado cuenta que ya no estarían conmigo los hubiera abrazado con una fuerza descomunal, si hace tres días me enterará que no volvería a ver sus ojos abiertos, les enseñaría y demostraría lo mucho que los quiero, lloraría en sus hombros por tan marica que se viera, les besaría las mejillas y agradecería que fueron parte de mí.

La tierra estaba al par. Los cuerpos ya hacían metros bajo tierra. Esperé a que la gente se disipara y me acerqué a las lapidas.

- Tengo a tres amigos a tres vueltas del sol y no puedo hacer nada.

Dejé la corbata roja en la lápida de Eithel, el abrigo con Alessandro y el reloj con Harold.

Tenía a tres amigos a tres vueltas del sol y pronto se convertirían en polvo. Comencé a vivir al límite, al borde de la vida, sin saber cuándo sería la última vez que diría adiós. Hoy no tengo miedo de morir, porqué sé que si lo hago, me encontraré a tres o más vueltas del sol para estar con ellos.


Participante 0008 - Miguel Ángel Rodríguez Moreno.

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