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martes, 13 de diciembre de 2011

12 de Diciembre – Día de la Virgen de Guadalupe (Parte 2)


            Hola cómo se encuentran en este grandioso martes, segundo día de la semana laboral, espero que aún tengan mucha energía porque casi recién comienza la semana.

            El día de hoy les seguiré contando la historia de las 4 apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Cerro del Tepeyac, el día de ayer me quedé en que el obispo no le dio una respuesta a Juan Diego y el regreso triste al cerro del Tepeyac.

            La segunda aparición sucedió en el mismo día, cuando volvió, vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo que estaba esperando allí mismo donde la había visto la primera es.

            Al verla se postró delante de ella y le dijo: “Señora, la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado, aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención, pero en cuanto me respondió pareció que no la tuvo por cierto, me dijo; Otra vez vendrás, te oiré más despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con  que has venido… Comprendí perfectamente en la manera como me respondió, que piensa que quizás es invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es orden tuya, por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que algunos de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda y tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía”

Hijo mio, el más pequeño...
            Después de escuchar lo que Juan Diego le dijo, la Virgen le respondió “Oye hijo mío, el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”

            Luego él le respondió: “Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción, de muy buena gana iré a cumplir tu mandado, de ninguna manera dejaré de hacerlo, ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con agrado, o si fuere oído, quizá no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, hija mía, la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto” después de eso, se fue a descansar a su casa.

            Al día siguiente, domingo, muy temprano salió de su casa y se vino derecho a Tlatelolco, a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado. Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio, se arrodilló a sus pies, se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo, que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

            El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era, él refirió todo perfectamente al Señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo, sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía, que además, era muy necesaria alguna señal, para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.

            Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides, que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”

            Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le respondió. Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podían confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo.

            Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada, los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyac lo perdieron, y aunque más que buscaron por todas partes, e ninguna le vio. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso fueron a informar al Señor obispo, inclinándole  a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba, que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía, y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

Continuación…

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